vendredi 11 décembre 2015



Aunque los lobos acechan


Quién comprende por qué los aviones se estrellan contra los rascacielos
y sobre su legado de escombros queda una densa cortina de                                                               desesperanza,
un germen de palabras anegado por el humo;
por qué la gente va al trabajo sin pedirle nada a Dios ni a las                                                                        horas
y queda descoyuntada en medio de una vía
trazando a su pesar garabatos de metal y de odios.
Soy humano. Los lobos acechan, y me aterra:
no sé qué hacer para secar el miedo que rezuman las horas.
Tal vez por eso me asombre tu constancia.

Acabo comprendiendo las torres de marfil
y me entristece ver qué fácil es a veces apuntalar la mía,  levantar murallas.
No soy digno de nada.
No comprendo por qué nos hacemos preguntas,
qué nos cuesta vivir sin exigencias,
si podríamos andar sin armadura ni pretextos
para explicarle la existencia a las niñas.
Temo mirarles a los ojos
y no saber qué pensar de su sonrisa.
¿Cómo elegir entre la felicidad o la verdad?

Podría convencerme de que mentir es la única salida,
como si la vida nos fuera en ello.
O basta con encender al unísono todos los cirios del planeta, 
con la desinteresada armonía que poseen los gestos vacuos?
Sabemos ahora lo densa que es la noche
pero hay que empeñarse en ver
aunque todas esas llamas apenas consigan crear sombras.
Hoy la palabra
es tan necesaria como el aire
que devoran los pulmones de los recién nacidos en la gran                                                                           paradoja.
La estridencia de los campanarios y de los minaretes
nos ensordece desde milenios pretendiéndose cántico.
La angustia quiere ser consuelo
que intenta expandirse a través
de una angosta patraña.
Un esqueleto irremisible nos dejan quienes se alzan destrozando  miradas, piel, abrazos libres:
de vacío y de ruido se nutren los que anhelan la nada.

No creo en oraciones sino en tu constancia.
Explicarte la vida no es tarea de hombres
y sin embargo hablo porque hoy día callarse
es hacer que los raíles sigan retorciéndose,
que la metralla ahogue barrios enteros por siglos.

Los lobos acechan, siempre acechan, cada vez más acechan.   
Por eso me asombra tu constancia.

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