jeudi 29 août 2019

ELOGIO DEL LLANTO

Uno de mis poemas, publicado por la revista venezolana Letralia

https://letralia.com/letras/poesialetralia/2019/08/28/elogio-del-llanto/?fbclid=IwAR3ZZDdYSykLRPeUhpV5DNrUJadrgYkWdPm0Pz10LLe4gr2LkMSpvzWgecc


Tal vez haya elegido un mal título para este poema.
Ahora vendrán todos los agoreros que maldicen la poesía
y pensarán como siempre que uno se deleita
cortando las frases
sin razón
y haciéndole cantos rancios a la tristeza.
Pero tan sólo es necesario un poco de paciencia
y el valor de comprender que no tengo por qué esconderme
cuando veo crecer a mis hijas y se me saltan las lágrimas.
Las mismas que retengo para obedecer a no sé qué dictado,
a esa casta de presuntos elegidos
que piensan que pasar por la vida
con una máscara de yeso sobre el rostro
es un alarde de hombría.
Yo reivindico el llanto porque no debo hacerlo.
Porque estoy cansado de imposiciones e impostores
y prefiero ponerle al orgullo las lágrimas que sean necesarias
para que todo quede más claro.
Habrá seguramente que explicar el sentido
de esos ojos húmedos
como cuando los niños se asustan y nos dicen
“por qué lloras”
temiendo que la respuesta les derrumbe sus nacientes certezas.
Resulta que nos enseñan a retenerlo todo,
a pasar años cimentando alguna estatua
que debemos por fuerza considerar como venerable:
un absurdo ídolo de indiferencia
ante el que, como buenos acólitos, hemos de tragarnos
nuestros sentimientos
por algún temor ancestral a la franqueza.
¿Qué tiene el llanto que asusta?
No lloramos lo bastante.
Yo a veces quiero verter alguna lágrima
para decirles a los míos lo mucho que cuentan en mis días,
pero sólo dispongo del miedo que me inculcaron.
No somos héroes por retener el llanto,
sino por dejarnos llevar por él
y expresar así la satisfacción que sentimos
al ver los pequeños o grandes triunfos de nuestros hijos
que avanzan —esperemos— más libres
con una convicción admirable.
Uno llora
porque ése parece ser el resultado de amar en la sombra,
de dar los ánimos justos pero conservando la modestia
y, sin hacer ruido, pasar por la vida como el que no quiere la cosa,
aunque dejando a escondidas
alguna huella en los otros.
Uno llora
sin ruido las más veces,
cantando o escribiendo,
porque ve el tesón con el que sus hijos se agarran a esta vida
y nos dan una y otra jornada lecciones sobre la belleza de las cosas
que no solemos saber mirar.
Y al ver esa bendita tozudez
de no dejar pasar la vida en vano,
no queda más remedio
que dejarse mecer por ese calor inconfundible
que alcanza los ojos y se venga del hielo
que algún demiurgo fantoche nos impuso.

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