Uno de mis poemas, publicado por la revista venezolana Letralia
https://letralia.com/letras/poesialetralia/2019/08/28/elogio-del-llanto/?fbclid=IwAR3ZZDdYSykLRPeUhpV5DNrUJadrgYkWdPm0Pz10LLe4gr2LkMSpvzWgecc
Tal vez haya elegido un mal título para este poema.
Ahora vendrán todos los agoreros que maldicen la poesía
y pensarán como siempre que uno se deleita
cortando las frases
sin razón
y haciéndole cantos rancios a la tristeza.
Pero tan sólo es necesario un poco de paciencia
y el valor de comprender que no tengo por qué esconderme
cuando veo crecer a mis hijas y se me saltan las lágrimas.
Las mismas que retengo para obedecer a no sé qué dictado,
a esa casta de presuntos elegidos
que piensan que pasar por la vida
con una máscara de yeso sobre el rostro
es un alarde de hombría.
Yo reivindico el llanto porque no debo hacerlo.
Porque estoy cansado de imposiciones e impostores
y prefiero ponerle al orgullo las lágrimas que sean necesarias
para que todo quede más claro.
Habrá seguramente que explicar el sentido
de esos ojos húmedos
como cuando los niños se asustan y nos dicen
“por qué lloras”
temiendo que la respuesta les derrumbe sus nacientes certezas.
Resulta que nos enseñan a retenerlo todo,
a pasar años cimentando alguna estatua
que debemos por fuerza considerar como venerable:
un absurdo ídolo de indiferencia
ante el que, como buenos acólitos, hemos de tragarnos
nuestros sentimientos
por algún temor ancestral a la franqueza.
¿Qué tiene el llanto que asusta?
No lloramos lo bastante.
Yo a veces quiero verter alguna lágrima
para decirles a los míos lo mucho que cuentan en mis días,
pero sólo dispongo del miedo que me inculcaron.
No somos héroes por retener el llanto,
sino por dejarnos llevar por él
y expresar así la satisfacción que sentimos
al ver los pequeños o grandes triunfos de nuestros hijos
que avanzan —esperemos— más libres
con una convicción admirable.
Uno llora
porque ése parece ser el resultado de amar en la sombra,
de dar los ánimos justos pero conservando la modestia
y, sin hacer ruido, pasar por la vida como el que no quiere la cosa,
aunque dejando a escondidas
alguna huella en los otros.
Uno llora
sin ruido las más veces,
cantando o escribiendo,
porque ve el tesón con el que sus hijos se agarran a esta vida
y nos dan una y otra jornada lecciones sobre la belleza de las cosas
que no solemos saber mirar.
Y al ver esa bendita tozudez
de no dejar pasar la vida en vano,
no queda más remedio
que dejarse mecer por ese calor inconfundible
que alcanza los ojos y se venga del hielo
que algún demiurgo fantoche nos impuso.
jeudi 29 août 2019
samedi 24 août 2019
TEXTURES - Chronique de "SABLE" de Marilyne Bertoncini et Wanda Mihuleac
“Sable” est un livre
consacré aux textures. Non seulement celles des objets -le sable, la
mer, les plantes sur les dunes- mais aussi celles du temps. Or dès
le premier vers
Je n'ai
nul souvenir de l'avenir
nous
entrons dans un temps fuyant, qui échappe à notre toucher et à
notre emprise, où nous allons accompagner la Femme-Sable (union
parfaite, ou plutôt souhaitée, avec le monde) dans la recherche de
sa mémoire.
Les
éléments naturels exercent un pouvoir très évocateur, au delà de
tout stéréotype, et le poète les regarde, les admire avant qu'ils
ne convergent vers le sable qui va tout retenir -objets et temps- tel
un vortex
le sable
aspire ma cheville
aspire ma
mémoire.
L'instabilité d'un tel support est aussi une allégorie de notre
fragilité à capturer le présent, et de ce fait nous sommes plongés
dans un univers où nous ne sommes pas capables de retourner vers
notre passé. Parfois, le sable devient une arène qui est le lieu de
notre perte
lourde
draperie de dunes et d'estran
plis sur
plis où se dissout le vent
du
souvenir.
De même, la mer emporte les mots qui pourraient être les
témoins de notre présence sur terre, même si ceux-ci veulent
rester, balbutiant dans le son des vagues.
Cette Femme-sable, pupille ouverte vers le vide, se veut
sensuelle, ou plutôt gardienne des sens, mais c'est un autre symbole
de la vulnérabilité, car elle tente de lutter contre ce sable qui
ne permet d'établir ni fil, ni trace, et qui semble nous contempler
dans nos efforts absurdes pour conserver l'émerveillement des
paysages du rivage ; il s'en découle la douleur de l'absence :
nos yeux ont la volonté mais on sait que leur vision est faible, que
les objets restent fuyants, en anticipant les tourments à venir. Il
s'agit d'une conception platonique où nous sommes enfermés dans la
caverne (ici, la mer, l'estran, la grève) et le monde et ses objets
ne sont que des ombres qui ne nous permettent que de rêver du réel
de façon très imparfaite.
La souffrance est présente, mais et en même temps elle est étouffée
car perdue dans un labyrinthe végétal et minéral, lutte constante
entre évocations agréables, insinuations d'un passé qu'on devine
ardu (intense et fade dans la mémoire) et un avenir par
définition intangible.
Toutefois, la détermination de l'auteure aspire à prévaloir, dans
un dernier poème où Marilyne Bertoncini essaye de prendre
possession des lieux,
déboule
dévale le long du flanc de Sable
pour affirmer son envie d'écriture comme un cri qui veut être plus
fort que l'oubli. Face à l'écume sèche de la dune, à ce
Sable (in)humain, le poète clôt le livre en nous rappelant le sens
des paroles :
Je crie
J'écris.
Les œuvres de Wanda Mihuleac contribuent à apporter des textures et
des évocations diverses, comme un écho aux textes mais également
comme des objets à part entière qui font partie du livre et de
l'histoire, en voulant peut être rester aussi dans le temps.
Sable, textes de Marilyne Bertoncini, oeuvres de Wanda Mihuleac. Les éditions Transignum, 2019
mercredi 21 août 2019
lundi 19 août 2019
Los paisajes sin cicatrices,
el día sin líneas que nos arrastren:
unidad, trazos que son huellas de posible.
No hay viento sino vértigo ante el camino.
Poco importa hoy
no reconocer el horizonte ni el invierno
porque juramos que el tiempo,
contra todas las predicciones y los agüeros,
es un cuerpo sólido que miden nuestras manos.
Los espejos sin máscaras.
Las penas sin relieves.
Lago.
Minnesota, Lago Superior, verano 2019
el día sin líneas que nos arrastren:
unidad, trazos que son huellas de posible.
No hay viento sino vértigo ante el camino.
Poco importa hoy
no reconocer el horizonte ni el invierno
porque juramos que el tiempo,
contra todas las predicciones y los agüeros,
es un cuerpo sólido que miden nuestras manos.
Los espejos sin máscaras.
Las penas sin relieves.
Lago.
Minnesota, Lago Superior, verano 2019

dimanche 18 août 2019
UNA DISTOPÍA LUMPEN Reseña de Madrid Düstópos, de Martín Parra. Madera Berlin, 2019

La literatura, la buena, tiene estas cosas. Y
es que hay textos que le devuelven a uno, desde sus primeras líneas, el gusto
de dejarse atrapar por los hallazgos y las sorpresas. Textos que me recuerdan
las palabras de mi profesor de literatura, mi venerado Pedro Ozalla, que nos
decía que había que leer con un lapicero en la mano para enriquecer las páginas
de los libros con nuestras notas, subrayando a placer las frases que a uno le
hubiera gustado concebir o que nunca hubiera imaginado posibles.
En el aprendizaje de la literatura hay siempre
hitos, referencias inolvidables a pesar de los años. Al leer “Madrid Düstópos”,
la última creación de Martín Parra, me han venido a la mente, como perfumes que
no han perdido su fuerza, algunas de las mejores páginas que he leído. Nos
describe el autor un Madrid barriobajero, pillo y underground, de bares,
traficantes y prostíbulos, donde la decadencia es la autenticidad.
No solo tiene la lengua de Martín Parra, ya lo
he dicho en otras reseñas, la fuerza imaginativa de Umbral, sino que en la
puesta en escena del Café Lacroix, a través de conversaciones sin
artificios y descripciones aceradas, hay mucho del café La Delicia de la doña
Rosa de La Colmena. O más bien, lo que le ocurre al escritor es que siempre
encuentra el ángulo nuevo para describir a los personajes con la precisión que
solo puede aportar la poesía, que ronda en el relato como un personaje esencial.
Me permito compartir algunos pasajes antológicos -subrayar y más subrayar- con
los que se puede admirar la fineza de observación y la pericia estilística del
libro, al que el asíndeton le concede un ritmo nervioso y lleno de una visión
certera de las cosas:
Corre
un largo soplo de aire frío por las calles secas, un frío de finales de
octubre, y la luz postiza se dispersa en los faroles, se disemina de farol en
farol en la Avenida de la Albufera.
O, como ejemplo de descripción:
Vicente
es breve, feo, ligero, sin demasiados ademanes; es un hombre cautivo de una
camisa hortera y estrecha, un busto con camisa, cuerpo prestado e ideas
obscenas.
Y como éste, otros muchos ejemplos que me
transportan al color y al lirismo originalísimo de Boris Vian, que me empapan
con la misma miseria que describió Martín Santos en Tiempo de Silencio, que me
arrastran hacia el esperpéntico valleinclanesco (con el personaje de la Dolores
“que se llama a sí misma Estrella”: ¿como Max?) Hay algo barojiano,
evidentemente, en la búsqueda caótica de los personajes, y una especie de nuevo
costumbrismo casi galdosiano, pero posmoderno y único.
El arte de Martín Parra se explica porque no es
alguien al que le guste escarbar la realidad y el idioma para hallarle un
sentido poético. No hurga en las heridas de la prosa banal y convenida -nunca-;
la herida la crea él mismo en una hemorragia como de flor nueva, y lo hace con
un escalpelo en forma de prisma, con cortes precisos, pespunteando después la
existencia para dejar un rastro de olores, sombras y destellos de una agudeza
psicológica notable, terriblemente clínica y lírica.
Ve entonces el lector muy claramente la entrada
doble y pisada del café, (que) permite el paso por una de sus puertas,
(y) está ciega del otro ojo, en un guiño holgazán que ofrece a los consumidores.
Como los personajes, subrayamos otras líneas en las que nos encontramos con
el ímpetu de los grandes alardes estilísticos, cuando se nos dice que la Luisa está
conociendo la melancolía en que se entra cuando una vida, un día, una noche,
son declarados desiertos. Y así.
Sin olvidar el humor, fino, amargo, terrible a
veces, o tan jubiloso cuando se describe el caminar del perro Odie: ¿Tanto
entusiasmo de patas podía generar avance tan estéril? Vuelvo entonces a
Cela, cuando en su Colmena describe al loro Rabelais diciendo que es un loro
de mucho cuidado, un loro procaz y sin principios, un loro descastado y del que
no hay quien haga carrera.
Hay hasta greguerías, como cuando el
amanecer extiende al mantel del día o cuando los personajes pasean por el
asfalto del arcén, que es la raya en que viene a morir el asfalto de la
carretera.
Que quede claro. Todas estas referencias hacen
de Madrid Düstópos una obra única, indispensable para seguir gozando del placer
que solo puede concedernos un escritor cuando sabe llevar al límite el poder de
las palabras, redescubriendo a los clásicos para seguir abriendo brecha. Al fin
y al cabo, tal vez sea éste el sentido del escribir.
Me permito terminar, para hablar del desarraigo
de los personajes del Madrid de Parra, con una cita de Tiempo de Silencio, que
dice:
De
este modo podremos llegar a comprender que un hombre es la imagen de una ciudad
y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre, que un hombre
encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona y su razón de ser,
sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles que le
impiden llegar a ser.
En esta distopía lumpen, parafraseando la obra
de Bolaño, la frase final nos hace comprender, tal vez, que queda poca
esperanza en un mundo en el que todo queda por cambiar. Pues que los que pueden
cambien cualquier cosa. Excepto la prosa de Martín Parra.
Madrid Düstópos, de Martín Parra. Madera Berlin, 2019
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