Hay fuego frente a nosotros. Pero no queremos verlo. Nos damos la vuelta, corremos, somos presa del pánico y preferimos arrojarnos al precipicio.
Nos dan la mano nuevas caras, nos convencen del interés del vértigo. Poco nos importa que como alas solo tengamos nuestros miedos. Hay fuego, pero no coraje.
Preferimos cerrar a cal y canto la puerta de nuestra casa, acantonarnos, hacer de cada ventana una barricada. Ni siquiera pensamos que nos estamos inmolando: nos protegen nuestros valores, nuestras cruces, nuestra televisión: pedestales para mediocres.
Perdemos nuestra capacidad para indignarnos, lo hacemos a destiempo y lloramos cuando es tarde. Y mientras tanto, nuestros gloriosos líderes no pueden dormir -pobres- pensando en cómo se las van a apañar para ganar las próximas elecciones: vais a ver lo que vais a ver. Todo va a ser igual pero distinto, os hemos comprendido, volved a la cama, todo ha sido un mal sueño.
No hay que preocuparse: ellos nos guían con su pericia en mirar hacia otro lado.
La cultura no sirve! Molesta! Está de más! Es mejor rebuscar en la rancia alacena de las convicciones que heredamos y blandir una espada de estiércol y de espinas ante los que quieran oponerse a nosotros, los que quieran cambiarnos. Sigamos siendo los mismos ignorantes, enorgullezcámonos.
Un oscuro horizonte se yergue? Al contrario: el país volverá a ser grande. Nuestro nuevo guía nos ha enseñado que basta con saber pulir bien nuestros espejos. Hemos perdido demasiado tiempo concentrándonos en lo ajeno. Volvamos a lo esencial, admiremonos: qué hermosura la nuestra, qué donaire. Ay del que se atreva a romper nuestro glorioso reflejo.
Gritad lo que queráis: os creeremos. Nos zambulliremos con gusto en el cálido lago de nuestra ignorancia y nos ahogaremos, pero seremos felices porque al menos será con nuestras propias babas.
Avanza dulcemente la gangrena de nuestra inconsciencia; la servidumbre está servida, la única revolución es la involución.